A una hora en auto de la caótica Catania, en las colinas de una Sicilia perdida en el tiempo se encuentra Enna, una pequeña ciudad medieval con las tradiciones de una Italia antigua latentes.
Y si bien este destino muchas veces es obviado en los recorridos por la isla, es en Viernes Santo cuando su nombre resuena con más fuerza. Lugareños e incluso locales que ya no viven en el pueblo regresan a sus tierras con un solo fin: ser parte de la procesión.
Una tradición heredada de los españoles luego de sus dos siglos de dominación y que prueba año tras año la fe y devoción de toda una región siciliana.
El clima no es de jolgorio ni mucho menos, se vive con respeto, orgullo y sobre todo con amor. Las calles se paralizan completamente y con antorchas delimitan el camino que por la tarde comenzaran a transitar las dieciséis cofradías existentes, la más antigua de ellas data del año 1212 volviendo esto tal vez una de las tradiciones más milenarias de la región.
Se les dice le “Congregazioni”, y parten de arcaicos gremios de artes y oficios que se remontan a los años del reinado de España en estas tierras.
Los hombres desaparecen de las calles del pueblo, niños y adultos se enlistan en sus iglesias y casi que no los encontramos hasta que poco después de las 16hs cuando la banda entona la marcha fúnebre frente al Duomo del casco antiguo y parte en busca de cada una de las hermandades distribuidas en las parroquias locales.
2500 hombres son parte de este evento que implica caminar por largas horas y transportar el abrupto peso tanto de la urna de Cristo muerto desde la iglesia San Salvatore hasta Duomo donde se junta con la Addolorata, la imagen de la mismísima Virgen. Luego de una breve ceremonia en el duomo, ambos vuelven a marchar rumbo al cementerio donde los párrocos imparten la bendición de la Santa Espina. Al menos unos sesenta y cinco encapuchados caminan zigzagueante con el peso de las imágenes santas en sus hombros, el silencio inunda la cuadra, solo se escucha la marcha fúnebre de la banda que marca el paso por delante acompañados por el respeto, la conmoción y el fervor que musicalizan el cuadro sin decir una palabra, sino con sentimientos.
Vecinos se asoman a sus balcones, algunos, muy pocos, turistas llegan y se entremezclan entre la multitud orgullosa que se une a un rezo comunitario cada vez que la virgen pasa por su camino.
Todos los que se animen pueden unirse al final de la procesión y vivirla como uno mas de sus protagonistas.
La teatralidad, religiosidad, y la escencia de la historia cristiana hiela la sangre. El respeto inunda la gran Vía Roma, calle central de la ciudad, y nadie parece hablar en horas y horas de procesión. Un momento para perdonar, para pedir perdón y para vivir la pascua bajo su propia historia.